Justo al comienzo de las vacaciones se impuso la obligatoriedad
de usar mascarillas en todo lugar, abierto o cerrado, con el fin de combatir la
proliferación de rebrotes de la convid-19 que, aunque aislados y controlados,
han surgido por todos los rincones del país, con especial incidencia en Cataluña
y Aragón. Es por ello que, durante el período vacacional y a la vuelta del
mismo, hemos “disfrutado” de esta nueva “normalidad” como ladrones de viejas
películas: con el rostro enmascarado. Sólo nos faltaba el sombrero, las
pistolas y el caballo.
Nos habíamos ido llenos de incertidumbre y regresamos con la
misma sensación de temerosa fragilidad que se refugia tras un paño en la cara.
No hay duda de que este año anormal, con un verano extraño y paranoico, necesitado
de turistas pero receloso de ellos, será recordado siempre por los deudos y las
máscaras con que nos ha estigmatizado. Nunca olvidaremos este tiempo en que,
junto al móvil y las llaves, tenemos ineludiblemente que coger unas mascarillas
para salir a la calle… o pasear en la playa. Y de tal guisa hemos retornado,
enmascarados, pero sanos. Que no es poco.
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