Se inaugura julio como corresponde, con calor de verano, con
ese fuego que, a partir del mediodía, cae a plomo desde lo alto para secar el
aliento y derretir un aire que no se mueve, que no se atreve a correr como
brisa tímida hasta que el Sol salga del cielo y se oculte detrás del horizonte.
Julio es mes, también, de pensar o iniciar las vacaciones, de soñar con el
descanso de las obligaciones y el relajo indolente de cualquier actividad impuesta
o por necesidad. Comienza, pues, el tiempo que estamos todo el año deseando que
llegue para entregarnos a la contemplación placentera de la vida frente a la
costa recta del mar, los ondulantes perfiles de las montañas o la ruidosa
terraza de un bar. Julio, calor y vacaciones son palabras que, cual sinónimos,
apelan a una misma sensación, que interpretamos con un común significado: ocio,
descanso. Incluso en un año tan excepcional como este, en que un golpe
inesperado ha puesto en jaque todas las certezas y confianzas que teníamos, en el
que la solidez de nuestras expectativas fue quebrada por un minúsculo enemigo,
invisible y mortal. Con todo, julio vuelve con sus horas eternas, deslumbrantes
de luz, con las chicharras entregadas al cante en soporíferas tardes desiertas
y con el calor que desnuda cuerpos y pensamientos. A pesar de las
circunstancias, a pesar del miedo, el sudor ya corre por nuestra frente para
que vayamos a refrescarlo, soñando con holgar y olvidarnos de tantas preocupaciones y
temores. Arranca un mes de julio extraño, pero deseado.
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