Transitamos un año extraño, insospechado. Un año como jamás podíamos imaginar porque, al poco de comenzar, nos obligó a enclaustrarnos en
nuestras casas mientras la primavera pasaba de largo. Cuando finalmente nos permitió
salir a respirar a través de unas mascarillas cual ladrones emboscados, tropezamos
con el verano al doblar la esquina del almanaque. Hoy, precisamente, es el día en
que astronómicamente arranca la estación calurosa del año. Hoy es el día más
largo del año, pero no el que sentimos como tal. Muchos de los que permanecimos
encerrados nos parecieron infinitamente más interminables que hoy. Pero la
ciencia mide datos objetivos, no sensaciones. Y lo cierto es que hoy es el día que más horas de sol recibe el hemisferio de la Tierra en que nos hallamos,
según los científicos, cuando el sol amanece más temprano y se recoge más
tarde, alumbrándonos durante más de 15 horas, ya que está en su posición más
alta con respecto a nuestros tejados. Siempre hemos deseado que el tiempo del
calor irrumpiera en nuestras vidas por lo que significa de puertas abiertas, relajación
de obligaciones y olvido de represiones. Pero, este año, el verano se presenta
con el aroma del miedo perfumando el aire y la desconfianza colgada en los ojos
de los demás. Un verano atípico, tan extraño como los meses anteriores. Estamos
ansiosos de volver a disfrutarlo como solíamos, pero al mismo tiempo temerosos
de cometer una imprudencia. No sabemos cómo comportarnos, aunque yo estoy
dispuesto a vivir sin miedo y apurar los días con la libertad que me concedan quienes
me rodean en casa o en la calle. Con o sin mascarillas, no pienso renunciar a
disfrutar de la vida con el apremio que me brinda mi finitud. Y que sea lo que
dios o un virus quiera.
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