domingo, 1 de julio de 2012

Cuestión de educación

Ahora que se inician las vacaciones, cuando el curso escolar concluye con los aprobados y suspensos correspondientes, parece buen momento para una reflexión serena sobre la educación. La coyuntura actual, con las profundas modificaciones que está introduciendo el Gobierno conservador en la enseñanza, a todos los niveles, propicia este debate, partiendo de una constatación previa: el futuro de nuestros hijos y, por ende, el del país no debe estar sometido a los vaivenes políticos respecto a la educación. La arquitectura troncal de la enseñanza tendría que ser ajena a la diatriba partidista, ya que de su estabilidad y solidez depende la preparación durante años de las nuevas generaciones.

Hay en ciernes otra “reforma” educativa que pretende ser una revolución que trastocará todo el sistema educativo, desde Primaria y Secundaria hasta Bachillerato y las Universidades. Se trata de la nueva Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE), que viene a sumarse a todas las emprendidas hasta la fecha en democracia (LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, etc.), sin solución de continuidad. Ninguna de ellas, por una razón u otra, ha fructificado como se esperaba, reduciendo el fracaso escolar y el abandono temprano. Pero todas han supuesto, con cada cambio legal, un freno en la dinámica funcional de los centros, los cuales han tenido que adaptarse a temarios, materias y pedagogías supuestamente innovadoras, cuando la intención siempre ha sido la misma: la “educación” como subproducto de la enseñanza, en el sentido de adoctrinar incluso sobre valores cívicos, en vez impartir saberes. Todas las reformas olvidan que la escuela está para enseñar, instruir, no para educar, aunque no pueda disociarse una cosa de otra.

Cada vez de manera más notoria, el sistema educativo adquiere perfiles instrumentales, como medio para el acceso al mercado del trabajo o la satisfacción de las necesidades de mano de obra de la actividad económica. Ya no se aspira a la educación para combatir las desigualdades debidas a la cuna o la riqueza, ni siquiera como instancia para la socialización. Hoy la escuela prepara los trabajadores que requiere el mercado, con una fragmentación del conocimiento adecuada a la formación específica que demanda cada sector laboral.

Creo que se traiciona con cada reforma el objetivo último de la enseñanza que es el ayudar a los alumnos a descubrir y desarrollar sus capacidades. Convendría, por tanto, dejar de manipular el sistema educativo cada vez que cambia el gobierno de la Nación y alejarse de la tentación de utilizar la escuela como centros productores de los “recursos humanos” de que se servirá el mundo del trabajo. Porque, como dice el profesor Julio Carabaña*: “Las escuelas, en fin, no son fábricas. Los alumnos no son objetos que se producen; ni siquiera son animales a los que se entrena; son personas que se forman, sirviéndose de, entre otros muchos medios, lo que van aprendiendo en la escuela.”

Es improbable que el Poder deje de servirse de la educación como mecanismo útil para el sometimiento de la población, pero deberíamos aspirar, al menos, que mantenga su capacidad de transmitir saberes que algunos podrían ayudar para la emancipación.

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Nota: Julio Carabaña: Las escuelas del futuro, revista Claves de Razón Práctica, nº 222, págs. 9 a 19. Madrid, Mayo/Junio 2012.



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