Hay en ciernes otra “reforma” educativa que pretende ser una
revolución que trastocará todo el sistema educativo, desde Primaria y
Secundaria hasta Bachillerato y las Universidades. Se trata de la nueva Ley
Orgánica para la Mejora
de la Calidad Educativa
(LOMCE), que viene a sumarse a todas las emprendidas hasta la fecha en
democracia (LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE, etc.), sin solución de continuidad. Ninguna
de ellas, por una razón u otra, ha fructificado como se esperaba, reduciendo el
fracaso escolar y el abandono temprano. Pero todas han supuesto, con cada
cambio legal, un freno en la dinámica funcional de los centros, los cuales han
tenido que adaptarse a temarios, materias y pedagogías supuestamente
innovadoras, cuando la intención siempre ha sido la misma: la “educación” como subproducto
de la enseñanza, en el sentido de adoctrinar incluso sobre valores cívicos, en
vez impartir saberes. Todas las reformas olvidan que la escuela está para
enseñar, instruir, no para educar, aunque no pueda disociarse una cosa de
otra.
Cada vez de manera más notoria, el sistema educativo adquiere
perfiles instrumentales, como medio para el acceso al mercado del trabajo o la
satisfacción de las necesidades de mano de obra de la actividad económica. Ya
no se aspira a la educación para combatir las desigualdades debidas a la cuna o
la riqueza, ni siquiera como instancia para la socialización. Hoy la escuela
prepara los trabajadores que requiere el mercado, con una fragmentación del
conocimiento adecuada a la formación específica que demanda cada sector
laboral.
Creo que se traiciona con cada reforma el objetivo último
de la enseñanza que es el ayudar a los alumnos a descubrir y desarrollar sus
capacidades. Convendría, por tanto, dejar de manipular el sistema educativo
cada vez que cambia el gobierno de la Nación y alejarse de la tentación de
utilizar la escuela como centros productores de los “recursos humanos” de que
se servirá el mundo del trabajo. Porque, como dice el profesor Julio Carabaña*: “Las
escuelas, en fin, no son fábricas. Los alumnos no son objetos que se producen;
ni siquiera son animales a los que se entrena; son personas que se forman, sirviéndose
de, entre otros muchos medios, lo que van aprendiendo en la escuela.”
Es improbable que el Poder deje de servirse de la educación como mecanismo
útil para el sometimiento de la población, pero deberíamos aspirar, al menos, que
mantenga su capacidad de transmitir saberes que algunos podrían ayudar para
la emancipación.
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Nota: Julio Carabaña: Las escuelas del futuro, revista Claves de Razón Práctica, nº 222, págs. 9 a 19. Madrid, Mayo/Junio 2012.
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