Juan José Cortés, que ha promovido la recogida de firmas para que se instaure la cadena perpetua en los casos de asesinatos de niños y pederastia, fue sondeado por varios partidos políticos para incluirlo en sus tickets electorales, ante la simpatía y el reconocimiento que despierta en la gente. Antes del asesinato de su hija, Cortés militaba en el PSOE, mantuvo contactos con UPyD y finalmente se acercó al Partido Popular cuando esta formación respaldó su lucha por la reforma del Código Penal.
Hombre de maneras tranquilas y hablar sosegado, Juan José Cortés es pastor evangélico y, desde la pérdida de su hija, no ha cejado para que la ley recoja la cadena perpetua efectiva. Ello explica, tal vez, sus contactos con diferentes partidos políticos hasta que el Alcalde de Sevilla consigue atraerlo para un puesto de asesor en el que, desde la acción política, poder dedicarse a “defender a mi gente”. Es indudable que este gitano, criado en la marginación, que se ha visto envuelto en un extraño tiroteo familiar, pero que ha sabido mantener una imagen de seriedad y templanza, puede albergar genuinos deseos por aprovechar las simpatías y el reconocimiento que consigue de la gente para cumplir su sueño de endurecer las penas por delitos como los cometidos contra su hija. Es justo y legítimo. Es posible que el sufrimiento padecido y los esfuerzos para que la justicia ofrezca una faz menos indulgente, sean méritos para asesorar a jueces y políticos, como el Alcalde de Sevilla, sobre las iniciativas a implementar en asuntos de marginación social.
Economistas, sociólogos, trabajadores sociales, urbanistas y demás técnicos debaten sobre un problema cuya solución es compleja y requiere ingentes inversiones en educación, integración y promoción laboral. Tal vez falte la sensibilidad que Juan José Cortés podría añadir a esta tarea. Pero mucho me temo -aunque nada me gustaría más que equivocarme- que ello no es lo que persigue el PP, sino atraer a sus siglas las simpatías y el reconocimiento que despierta este hombre entre la gente. Es, sin duda, la lucha más peligrosa y difícil en la que se ve envuelto tras el asesinato de su hija: mantener su integridad y evitar que no lo manipulen con fines espurios. Ojalá tenga suerte y no vuelva a verse “decepcionado” con la política.
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