Dando pasos cansinos, tan cargados de fatiga como de frustración, se dirigía hacia su trabajo. No sentía el más mínimo interés por ejercer lo que tanto le entusiasmaba cuando comenzó a trabajar. Siempre había estado dispuesto a dar lo que le exigieran porque se lo demandaba su honestidad profesional. Los compañeros empezaron pronto a dejarle las tareas que todos rechazaban y la empresa, a través de sus cargos intermedios, lo utilizaba por su docilidad para solucionar cualquier situación y cubrir sus incapacidades organizativas. Aunque era consciente del abuso a que era sometido, confiaba en que sería valorado y recompensado con la estima de sus superiores y la camaradería de los colegas. No podía creer que fuera considerado un tonto y cuando quiso hacerse respetar, negándose a servir de comodín a unos jefes ineptos y a unos compañeros desleales, la empresa lo trasladó a un puesto que ni siquiera a él agradaba. Ahora es uno más de los quemados que arrastran los pies con un cansancio que aplasta el alma y ahoga toda ilusión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario